Capítulo 1 Las hijas del templo de Vusin

En la Montaña Sagrada, todo era paz y quietud. Eglantine, espíritu del bosque; hacía un viaje de misión urgente encargado por el Gran Sabio. Los ríos cantaban y los pájaros rondaban las nubes. El sol brillaba a lo alto, los árboles soltaban murmullos suaves al ser acariciados con la brisa. Pero todos parecían entender la urgencia y se hacían a un lado para dejar pasar a la viajera, en su cabalgata al templo de Vusin.

Un hermoso durazno centenario era El Gran Sabio, y reinaba al centro del bosque. Todos respetaban su hermosa y augusta presencia, cada planta, cada piedra y cada hongo se reportaban a su llamado. Sin moverse de lugar se comunicaban a través de la fina red que los hongos tejían y que forma el subsuelo del bosque.

Incluso los animales de vez en cuando necesitaban visitar al Gran Sabio si eran convocados. Solían sentarse humildes entre sus raíces a recibir sus misiones o a reportar algún suceso. En cambio, sólo unos cuantos habitantes del bosque conocían su nombre para invocar su ayuda, así de misterioso y poderoso era.

Un par de horas atrás, el Gran Sabio había consentido en dar cobijo en su base, en un hueco debajo de su raíz más fuerte, a unas pequeñas criaturas, una de ellas esperaba nueva vida en su vientre. Un zorro hembra y un cachorro de zorro macho que ella había adoptado y llevado consigo entre sus colmillos al escapar de un oscuro lugar al oeste de la Montaña Sagrada.

En ese lugar su especie estaba confinada a jaulas. Cada cierto tiempo elegían a algunos para arrebatarles la piel y la vida, en medio de un gran dolor y sufrimiento.

Un grupo de activistas tomó el lugar por la fuerza, pero mientras liberaban a los animales de sus jaulas un incendio inició y todos salieron despavoridos. La zorra herida se hacía llamar Suki y no sabía qué había pasado con los demás zorros, solo corrió por el bosque pidiendo ayuda hasta perder el sentido sosteniendo al cachorro.

Eglantine escuchó, y llevó a Suki y al cachorro bajo las ramas del Durazno Ancestral para solicitar su ingreso a la comunidad de la Montaña Sagrada.

-Eglantine, esta criatura está muy débil, y el cachorro no podrá sobrevivir si ella muere.

-Por favor, merecen una oportunidad de vivir tranquilos en el bosque. Han sufrido mucho…

-Pero están contaminados por el desequilibrio y el miedo. Pueden contaminar a los demás si no son limpiados primero. Llévalos a los manantiales sagrados de Vusin y purifícalos para que puedan quedarse.

-Gracias Gran Sabio. Iré ahora mismo.

El Templo De Vusin

Eglantine tomó a los dos zorros con cuidado y después de un recorrido presuroso llegó hasta Vusin, al sur de la montaña. Estos manantiales tenían la fuerza de las rocas, y la magia de las estrellas que se reflejaban en su superficie en las noches.

Cada uno tenía una energía especial, otorgada por el bosque sagrado a través de los cristales del suelo y de las plantas y las criaturas acuáticas que en cada uno vivía. Nadie los había contado, eran muchos y a veces algunos nacían mientras otros desaparecían. Con ellos nacían y morían sus dones únicos, pero así es el universo, cambiante.

Solamente la Sacerdotisa de Vusin sabía a dónde debía sumergirse cada visitante. Nadie podía usar los manantiales por el gusto de hacerlo, sus dones eran vigilados para que nadie abusara de ellos.

La Sacerdotisa recibió a Eglantine. la hizo pasar a través de la enorme puerta hecha de cristales hexagonales negros y brillantes, terminados en afiladas puntas.

El bello canto de la sacerdotisa abría y cerraba esas enormes puertas de cristal, de otra manera era imposible. Su voz era potente, pero dulce, clara y tan armoniosa que todos afirmaban que el manantial entero cantaba con su garganta.

-Bienvenida, Eglantine. El Gran Sabio me ha pedido que te ayude con estos pequeños. Sígueme y ten cuidado, algunos caminos son resbalosos.

-Gracias por recibirme, es un honor. Seré cuidadosa.

Caminaron por los pasillos del templo de Vusin. Los cristales que lo formaban brillaban con la luz del sol bañando pisos, ventanas y columnas inmensas. Algunos eran transparentes y con ellos las ventanas permitían entrar raudales de haces de luz que iluminaban todo. Otros eran de colores, desde el más puro blanco hasta el negro más profundo. Pasando por increíbles verdes, rosas, violetas, naranjas, amarillos, azules, rojos y colores que Eglantine no podía nombrar.

Las vetas de los cristales formaban texturas en algunos lugares, y en otros había formas maravillosas de árboles, montañas, criaturas conocidas y desconocidas. En una gran pared, al fondo del Templo, estaba un inmenso y cristalino retrato de la sacerdotisa con las manos abiertas a los costados, en un gesto de bendiciones que todos los animales y espíritus del bosque conocían muy bien.

Aunque el lugar no era desconocido para Eglantine, cada visita que hacía era sorprendente. Los cristales habían crecido y formado algún nuevo espacio o habían decorado una nueva superficie con algo distinto, el templo estaba vivo y cambiaba.

Nadie había construido este lugar, era un recinto que había nacido del amor entre la montaña y el agua que nacía en su cima y sus entrañas. Bañando sus superficies, acariciando sus laderas y sus cuevas al fluir en ella.

El movimiento de los ríos y manantiales al brotar, fluyendo por todos los recovecos de la Montaña Sagrada acumulaba diferentes sales, cristales y minerales y así se formaban en el templo columnas con estalactitas y estalagmitas de formas inusuales y bellas, superficies cristalinas o arenosas, paredes de prismas cristalizados, y más elementos con los minerales que se decantaban poco a poco.

Ninguno dominaba al otro, simplemente se disfrutaban mutuamente y se apoyaban con sus diferentes cualidades. De esta antigua y sagrada unión elemental entre el agua y la montaña nacían el templo y los manantiales, que eran sus hijos queridos.

Cada manantial se formaba y crecía recibiendo esas suaves aguas agradablemente tibias gracias a unas fuentes termales que las templaban, y que bañan los manantiales y el templo con sus espacios, sus recovecos, sus rincones, en un eterno juego sensual de cálidas caricias, con los regalos preciosos recogidos en su camino y transformados con una alquimia amorosa en el hermoso Templo de Vusin con toda su magia líquida.

La Sacerdotisa.

La Sacerdotisa en el templo tenía como misión cuidarlo. Aunque generalmente era dulce y alegre, podía defender el templo y los manantiales ella sola, con su voz. El potente estruendo de una cascada que podía emitir en un canto de defensa, golpea muy fuerte a los oídos de los intrusos y los hace perder el sentido.

El canto estalla sus oídos, y el resplandor intenso de los cristales del templo, generado por la resonancia de ese canto; apaga la luz de sus ojos. Al despertar, se encuentran sumidos en total oscuridad y silencio.

Su desacato lo pagan perdiendo los sentidos que los conectaban a su mundo. Necesitan aprender a reconectarse por medio de su piel y el apoyo de otros, algunos lo logran, otros no.

Los que consiguen superar sus limitaciones se van a una comunidad de increíble valor en la montaña, pues es el Monasterio del Autoconocimiento. No hay muchos miembros en él, pero sus monjes son considerados maestros y ayudan a las demás criaturas de la montaña de formas inusuales.

Eglantine va cargando a los pequeños zorros, que siguen sin sentido y va siguiendo a la sacerdotisa entre los manantiales.

Ella se mueve a través del templo con movimientos tan suaves y fluídos que recuerda al moverse el agua de un riachuelo que se desliza sobre arena aterciopelada.

Su vestido largo de tela suave tiene un color azul plateado. Destella iridiscente, como los colores que surgen en una pompa de jabón brillando al sol,

Está descalza y su cabello es negro azulado, largo y suelto. Un curioso mechón plateado cae a cada lado de su frente y sobre sus hombros.

Su cabello es ondulado y enmarca su rostro. Sujeto en la frente por unas tiras de metal plateado que se curvan y forman una suave ola a cada lado de la misma.

Engastado al centro de esta especie de corona metálica brilla un cristal, colgando en su lugar como una gota de agua cristalizada y sólida, transparente.

La luz que refleja ese cristal es la más limpia y diáfana que Eglantine haya visto, es casi hipnotizante. Su rostro ya tiene la marca del tiempo pero no por arrugas, sino por un aire de madurez en sus facciones.

-Es muy bella… Piensa Eglantine, su piel tiene un tono oscuro azuloso, a veces verdoso, otras veces gris plateado. Es un color indefinible y cambiante dependiendo de la luz que la ilumine.

Su rostro siempre está sonriendo y sus dientes son perfectos, como un collar de perlas. Sus ojos son totalmente acuosos. Tan transparentes que cuesta ver el tono turquesa de sus iris al estar a la luz del sol. Su nariz es algo prominente pero bien proporcionada con sus facciones y sus oscuros labios delgados.

Dicen algunos que al principio era una vivaz y sensible chica morena, algo regordeta y muy alegre. Pero al entrar al servicio del templo de Vusin fue cambiando poco a poco. Nadie sabe su nombre real.

Kah y El manantial de la mujer de Fuego

Eglantine se había distraído y se sobresalta al escuchar a la sacerdotisa llamándola por su nombre dentro de su cabeza. Entre las criaturas del bosque no se necesita hablar.

Apresura su paso ligero y entonces su carga empieza a dar señales de vida. Unos leves quejiditos preceden a la apertura de los ojos del cachorro, que se inquieta y asusta al recobrar el recuerdo del incendio.

En sus pupilas puede ver una llama bailar y de repente brinca de sus brazos con un rápido impulso. Eso hace que Eglantine reaccione y se incline al mismo tiempo para evitar que el cachorro caiga a un manantial que está a su costado, pero no lo logra.


¡¡¡Splash!!! en medio de un fuerte chapuzón el cachorro cae en el manantial y se sumerge, pero el instinto le ayuda y empieza a nadar casi al instante.

La Sacerdotisa ha vuelto unos pasos al escuchar los ruidos del chapuzón detrás de ella. Se inclina al borde y saca del manantial al precoz bañista, pero ahora ya no es un cachorro, sino una niña pequeña.

De grandes ojos rojizos, suaves rizos cafés en su cabello dejan ver dos grandes orejas puntiagudas, y también destaca una mullida cola de zorro rojo con la punta blanca que nace al final de su espalda.

La sacerdotisa la calma con un susurro y un suave canto, pues la pequeña criatura está forcejeando, luchando por soltarse de sus brazos. Cuando se calma, mira fijamente a la sacerdotisa quien escudriña sus ojos mientras le pregunta a Eglantine si el cachorro ya tenía nombre.

-Aún no, Su Líquida Gracia

Responde sorprendida por todo lo que acaba de pasar, con el título al que todos se dirigen a ella con respeto. La sacerdotisa sonríe y dice:

-Te llamas Kah, pequeño. Tu nombre quiere decir fuego, pero para suavizarlo a veces serás Kat. Te has sumergido en el manantial de la mujer de fuego, y por eso ahora eres una niña pequeña que crecerá fuerte y muy dinámica. Tu don es la creatividad y el cambio, pero tu lado oscuro es ser impulsivo y difícil de dominar. No hay accidentes, tú elegiste este manantial. Sin embargo, dentro de tí está también el zorro. Y toda tu vida tendrás que equilibrarte entre ambos aspectos. Seguiré curiosa tu desarrollo.

La sacerdotisa llevaba en los hombros una túnica blanca y suave, que se quita para envolver a la pequeña Kat. La niña toca la suave tela, está fascinada con la mujer que está con ella y la sacerdotisa le sonríe, mientras la carga en sus brazos para seguir avanzando.

Eglantine se siente un poco apenada por que se le escapara el cachorro, y va caminando detrás de ellas con algo de apuro.

Desde los brazos de la sacerdotisa la pequeña Kat la mira. En sus ojos sigue viendo esas pequeñas llamas que vió en los ojos del cachorro al despertar.

La niña la reconoce, y le hace un gesto con la mano queriendo alcanzarla, entre curioso y divertido. Su brillantez al entender intuitivamente es incipiente pero muy evidente.

Mizu y el manantial de la Geoda Gigante

Cuando baja la vista la Guardián de la Montaña para revisar a Suki, se da cuenta que respira con dificultad. Está herida, y sus pulmones están lastimados como resultado del fuego al respirar dentro del incendio el aire ardiente y el humo.

Suki con esfuerzos abre los ojos y con el lenguaje del bosque, le pide a Eglantine que se haga cargo de sus cachorros. El que había salvado y el que estaba dentro de ella.

Con la urgencia de la vida que se va, no hay mucho tiempo para pensar. La respuesta de Eglantine es que no se preocupe, que ella se hará cargo hasta que ya no la necesiten para seguir adelante. La sacerdotisa mientras tanto se ha percatado de esta interacción entre ellas, y las espera sin avanzar .

Suki entiende que ya puede estar tranquila y entonces se despide. Lanza un último suspiro, para dejar esta vida terrenal y descansar de sus heridas.

Eglantine entonces levanta la cara y ve que la sacerdotisa la espera junto a un enorme manantial. Está formado por una cascada muy alta que nace en un acantilado y cae justo a los pies de un gran roble.

Debajo del roble hay un hueco por donde el agua fluye muy suave, esto lo hace parecer que es un árbol con piernas y pies que se aferran con sus raíces al borde de la gran roca de forma cóncava y circular donde desemboca la cascada, cuya fuerza de la corriente se reparte a ambos lados del enorme árbol, y poca agua pasa lentamente en la cavidad entre ‘sus pies’ .

El manantial frente al roble es grande como un campo de fútbol pero casi parece una olla ya que lo contiene esa enorme roca oscura, redonda y curva.

Con un poco de atención bajo los remolinos que forma el agua, se deja ver que en realidad no es un hueco, ni solamente una gran piedra redonda y cóncava lo que hay a los pies del enorme roble. ¡Eglantine se asombra cuando distingue que realmente es una gran geoda con cristales de diferentes colores azules adentro!.

Unos destellos azules y turquesas salen por debajo del roble. En el hueco bajo su tronco donde el agua fluye, la luz del sol poniente pasa a través de los cristales y se refracta con la curva de la geoda. Visto de frente, es como si debajo del Roble naciera otro sol azul.

En el agua del manantial hay flotando una gran variedad de flores de loto de colores. Eglantine nunca había visto este manantial, ¡era asombroso!

-¡Rápido, dame a Suki que apenas hay tiempo! La urge la sacerdotisa extendiéndole a la pequeña Kat al mismo tiempo

Eglantine le da su preciada carga a la sacerdotisa y recibe de ella a la pequeña Kat. Inquieta, la niña parece muy interesada en ver todo y participar de algún modo.

Ambas se quedan mirando desde la orilla mientras la sacerdotisa se sumerge poco a poco en el manantial y se desliza nadando. Avanza ondulante como una corriente más de agua hasta llegar al otro lado. El gran roble brilla y parece alegre de recibir a las dos criaturas en su base.

Sus ramas se ondean suavemente y con júbilo hacia el cielo, en una especie de baile que solo un espíritu del bosque puede reconocer.

Cuando sale del otro lado del manantial, la sacerdotisa lleva entre sus brazos ya no a Suki, sino una bebé preciosa. Su piel es casi transparente, su cabello es azul turquesa, y también tiene orejas y cola de zorro como Kat, pero azul como su cabello en vez de roja.

En el momento que la bebé empieza a respirar con un gemido suave, humano y de cachorrita a la vez; todos los pájaros que anidaban en el roble empezaron a cantar al unísono.

La sacerdotisa también se une a su canto y todo el templo se llena de notas armoniosas y bellísimas. Es tan sorprendente este fenómeno que Eglantine y Kat han dejado de respirar sin darse cuenta.

Escuchan con la boca abierta esa sinfonía de voces, que al rebotar con los cristales reverbera en notas prístinas y genera todo un concierto mágico e increíble.

Un minuto después las notas van suavizándose, y poco a poco todo vuelve a quedar en silencio. La canción de bienvenida termina, y Eglantine toma con un suspiro una enorme bocanada de aire para llenar su pecho. La pequeña Kat en sus brazos ríe y aplaude mientras da brinquitos graciosos.

Eglantine sujeta a la niña y la acomoda para evitar que con tantos brincos vuelva a caer en el agua. cuando la siente estable y segura otra vez, avanza lo más rápido que puede hasta la sacerdotisa al pié del roble.

Cuando llega junto a ella, se conmueve con la imagen tan maternal de la sacerdotisa. La bebé está tranquila, durmiendo en sus brazos. La pequeña Kat se asoma a conocerla, y le sonríe con ternura.

-Mira Kat, ha nacido tu hermana. Se llama Mizu, que quiere decir Agua. Deberás quererla mucho y cuidarla, hoy te nombro su guardián.

-Dicho esto, la sacerdotisa toma de Eglantine una suave piel de lobo gris que la cubre en los hombros. Con ella envuelve a la bebé.

Las Carpas Ancestrales

En el manantial, debajo de las raíces del roble surgen dos grandes carpas, una blanca con rojo y la otra azul turquesa con blanco. Ambas carpas nadan y se acomodan frente a la sacerdotisa, y saltan fuera del agua, como saludando. La sacerdotisa hace una formal inclinación de cabeza al mismo tiempo, respondiendo el saludo.

Las carpas brincan otra vez para acercarse a cada una de las dos mujeres. La azul deja una turquesa del tamaño de una nuez que llevaba en la boca a los pies de la sacerdotisa. Al mismo tiempo la roja deja un rubí más o menos del mismo tamaño a los pies de Eglantine y, con la misma rapidez que han llegado; se meten de regreso abajo del roble.

Después de recoger los regalos, ambas mujeres regresan sobre sus pasos y Eglantine, con asombro descubre que ahora la imagen del fondo del templo no sólo está la sacerdotisa. También está la pequeña bebé Mizu en sus brazos, así como el pequeño cachorro de zorro rojo a sus pies.

En el aire hay un suave perfume de agua limpia, de tierra húmeda. También de flores frescas, de árboles frutales y resinosos y de almizcle de los animales.

Es como si de repente, todo se hubiese renovado en la Montaña Sagrada y lo celebrase en el Templo de esa manera tan fragante.

Eglantine se ha quedado en una sala del templo con las niñas, ya que la sacerdotisa le ha pedido que la espere para hacer algo importante. Está sentada en una silla de coral muy intrincada pero sorprendentemente cómoda. las dos niñas están dormidas en un suave asiento forrado de piel a su lado.

Después de unos veinte o veinticinco minutos regresa junto a ella su anfitriona y le pide que se apure a regresar a casa, pues ya ha caído la noche. Se dirigen a la entrada del Templo. Poco antes la sacerdotisa le ha dado a cada niña un dije hecho por ella, con las piedras para que las lleven al cuello.

Es un saquito hecho de filigrana de cadenitas entrelazadas como una pequeña red que la deja ver y la cubre a la vez. Es el mismo metal que lleva en su frente, con la piedra en forma de gota. Podría ser plata por su brillo, pero este metal es más resistente y duro.

Al llegar hasta la puerta del templo, Eglantine está pensando cómo se va a llevar a esas dos niñas de regreso con el Gran Sabio.

La sacerdotisa, como si entendiera sus pensamientos, le dice que saliendo del templo se convertirán en cachorros de zorro, que es su naturaleza.

La forma de niñas o mujeres se debe desarrollar en ellas con el tiempo y con práctica podrán transformarse en una u otra. Ahora han renacido en espíritus del bosque, y llevan consigo el poder del agua y el fuego.

-Las veré de nuevo, amadas hijas del templo. A su tiempo regresarán a casa. Gracias Eglantine, guardián de la Montaña. cuídalas bien y cumple tu promesa a Suki. La Montaña Sagrada te ha dado una misión muy importante hoy. Toma esto para tu regreso.

La sonrisa de la sacerdotisa mientras le entrega un paquete refleja ternura al mirar a las pequeñas y un dejo de tristeza por la despedida.

Eglantine sale del templo con las dos niñas. Tal como se lo dijo la sacerdotisa, al pisar el suelo del bosque se transforman en cachorritos de zorro.

Para viajar mejor con ellos, revisa el paquete para empacar y acomodar todo. Doblado encima hay un morral suave. Está hecho con su piel del lobo gris que primero sirviera de cobija a la bebé Mizu recién nacida. También hay comida y agua, y mantas.

Eglantine se admira de lo rápido que la sacerdotisa preparó la mochila y los dijes. Después de todo lo vivido, un nuevo respeto a su gran poder surge dentro de ella, también se siente más ligada a ella ahora.

Metiendo con cuidado a los dos cachorros en el morral, Eglantine empaca todo en las alforjas de su montura e inicia el regreso con el Gran Sabio. Con un dejo de tristeza por la pérdida de Suki empieza a pensar en el mañana.

En su corazón hay una naciente tibieza y un nuevo brillo en su mirada. La aventura apenas ha iniciado…

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